Nos encontramos ante
el exterior de un monumento megalítico de grandes proporciones, bien que con
una distribución armoniosa de sus volúmenes. Se encuentra en un aceptable
estado de conservación.
Se trata de Stonehenge, monumento situado en la llanura
de Salisbury, cerca de Amesbury, en el condado de Wiltshire, al sureste de Inglaterra.
Se data entre el final del Neolítico y la Edad del Bronce. Su construcción
debió iniciarse hacia el 3000
a .C., prolongándose las obras hasta el 1600 a .C. Stonehenge es el monumento más
representativo de la arquitectura megalítica. Como en el resto del arte
prehistórico, no existió una voluntad de dejar constancia de sus autores o
responsables de la construcción.
Stonehenge está
compuesto por varios recintos de forma
circular formados por enormes monolitos sin desbastar. Existe un círculo de
menhires (pieza pétrea hincada
verticalmente en el suelo) y otros dos de trilitos (estructura una piedra en
horizontal a manera de dintel y dos en vertical, conocidos como ortostatos, como postes. En uno de estos anillos, el
interior, los trilitos se dispusieron aislados,
mientras que en el exterior se alzaron de forma continua, de tal forma que cada
ortostato soportara dos dinteles. No se empleó argamasa, ni ningún otro
material de agarre.
Entre las cuestiones
que Stonehenge plantea, la primera es su clasificación. Para algunos
arqueólogos es un crómlech, esto es
un monumento formado
por piedras clavadas en el suelo y que adoptan una forma circular o elíptica, cercando un terreno, pudiendo formar uno
o varios recintos. Pero el resto de crómlechs conservados están compuestos por
menhires. Otros especialistas prefieren clasificarlo como henge, término que
designa un recinto circular u ovalada realizada mediante zanjas y terraplenes.
De nuevo, esta terminología no acaba de ajustarse a Stonehenge, pues,
efectivamente, el monumento presenta fosos y bancales, pero a diferencia del
resto de henges, existe una estructura arquitectónica en su interior.
Se puede considerar, por tanto, que
Stonehenge es un monumento único que combina varias de las tipologías de la
arquitectura megalítica. Igualmente, hay que reservarle un puesto aparte dentro
del acervo de las obras de la arquitectura prehistórico por el colosalismo de
su escala y por la complejidad de su estructura.
El siguiente interrogante se plantea al
explicar a qué técnicas constructivas recurrieron los edificadores de
Stonehenge. Se ha establecido que el anillo exterior está realizado con bloques
de arenisca, denominados «sarsen» procedentes de unas canteras emplazadas a
unos 30 ó 40
kilómetros del monumento; mientras que el recinto
interior está compuesto por monolitos de diabasa, conocidas como
«bluestones» («piedras azules»)
procedente de un afloramiento situado nada menos que a unos 250 kilómetros en el
país de Gales.
Se ha propuesto que los movimientos
glaciales pudieron arrastrar estas rocas hacia Stonehenge, y efectivamente la
llanura de Salisbury presenta numerosos bloques erráticos de las procedencias
más diversas. Con todo, y aunque gracias al glaciarismo se hayan podido acortar
las distancias (unos 160
kilómetros en el caso de los bloques de diabasa), el
esfuerzo empleado debió ser ingente. Adviértase además que se escogieron
piedras de gran tamaño y de enorme peso. Así, en los trilitos exentos se han examinado bloques
que miden más de 13 metros
y que superan las 50 toneladas. No debe extrañarnos que en la Edad Media se
atribuyese su construcción a magos y gigantes.
Lo ingente de estas cifras contrasta con la
rudimentaria tecnología y la débil
organización social de la protohistoria. Las herramientas que debieron emplear
en la cantera debieron ser, con toda
probabilidad de piedra, pues la metalurgia del cobre y del bronce se hallaba en
sus comienzos y se destinaba, además para las armas y objetos de gran valor. Se
supone que la mayor parte de la labra de los bloques se realizó en la cantera,
realizándose algunos retoques en el momento de colocar las piedras.
El transporte es la fase que plantea más
problema. Desechada la navegación fluvial, se supone que recurrieron a mover
las rocas con cuerdas, rodillos, toscos raíles y rampas de tierra cuando había
que salvar desniveles. Como fuerza de tracción se debieron utilizar bueyes. En
el 2010 se probó que empleando rodamientos de bolas de piedra, como cojinetes,
colocadas en la acanaladura de raíles de madera, se abarataba y se aceleraba notablemente
el desplazamiento. Esta tesis también explica el porqué no se han encontrado
restos de calzadas, terraplenes y otros
elementos necesarios para el traslado de los bloques.
Por último en el
lugar elegido para la erección del monumento se dejaban caer los bloques
verticales en un estrecho hoyo previamente excavado y después se ajustaban
hasta dejarlos en posición vertical, tras lo cual se rellenaba el hoyo para
fijarlos firmemente. En el caso de los se hacían terraplenes (o bien
plataformas de madera) a ambos lados de
los ortostatos, hasta alcanzar la misma altura que éstos. A través de estos terraplenes (o
plataformas) se transportaba el bloque horizontal hasta dejarlo colocado
correctamente. Otros investigadores proponen que se usaron grúas de tijera o de
trípode.
Para ensamblar las
piedras se recurrió a técnicas propias de la ebanistería. Así en la cara
superior de los ortostastos se dispuso un saliente que encaja con uno de los
dos agujeros del dintel, de forma idéntica a las junturas de mortaja y espiga.
También se han encontrado ejemplos de
uniones de lengüeta y ranura.
Uno de los aspectos más debatido de
Stonehenge es su finalidad. Actualmente existe cierto consenso en considerarlo
como un santuario que combinaría un culto a los antepasados (se han hallado enterramientos de 240 personas
distintas) con la veneración de alguna
deidad o deidades de carácter estacional o solar. Esto último explicaría el empleo del monumento como
calendario para calcular equinoccios, solsticios y eclipses. La existencia de una avenida, las
alineaciones astronómicas y la magnitud del monumento señalan, a no dudar, que
la obra que analizamos se convertiría en centro de peregrinación multitudinaria
en algún momento o época del año.
Parece coherente el creer que una divinidad
que presidiera las estaciones y el ciclo solar pudiera presentar un carácter funerario,
en cuanto que se encargaría igualmente del ciclo de la vida, la muerte y la
existencia ultraterrena. Sería un dios, además, de la regeneración y de la
salud. Los cultos tributados a Apolo, a los célticos Borvo, Bran y Belenos o el
indo-iranio Mitra incorporan la mayor
parte de los aspectos reseñados, pero resulta aventurado trazar vínculos entre
el ignorado panteón de los constructores
de Stonehenge y mitologías muy
posteriores.
Por
lo demás, hay que tener en cuenta que en el milenio y medio en el que se
extendió su construcción, debieron producirse cambios en el planteamiento de la
edificación y transformaciones en la naturaleza del culto que se tributaba.
Parece lógico que distintos pueblos o confederaciones de tribus se sucedieran, de forma pacífica o mediante
la guerra, en la dirección de las obras. Como parte de los bloques fueron
reaprovechados en épocas posteriores, queda por aclarar si el monumento pudo
completarse o quedó inconcluso.
El
uso ritual de Stonehenge desapareció hacia el año 1000 a .C. Cambios como el
establecimiento de la estratificación social, la acumulación de riquezas por
parte de una élite y el desarrollo de
guerras cada vez más frecuentes, violentas y prolongadas acabaron con la
vida comunitaria que había promovido la construcción y los cultos de este
conjunto megalítico. La tesis que presenta este monumento como templo druídico
debe ser desechada, pues los primeros celtas no llegaron a Gran Bretaña hasta el
600 a. C. Con todo, entra dentro de lo posible que este monumento volviera a
ser empleado como lugar de culto en algún momento de los mil quinientos años
que median entre su abandono y el triunfo del cristianismo. Pero si esto
ocurrió, los rituales que se celebraron
no han dejado ningún vestigio arqueológico.
La construcción
transmite al observador contemporáneo una impresión de fuerza, misterio y monumentalidad. La
aparente tosquedad de su construcción y el empleo de piedras sin desbastar
producen una impresión de arcaísmo y
antigüedad que acrecienta el carácter sagrado de este conjunto.
En
cuanto al contexto histórico señalemos en la Europa Occidental y a mediados
del quinto milenio antes de Cristo, se inicia la arquitectura llamada
megalítica (término que procede de las palabras griegas mega (μεγας), grande y lithos (λιθος)). Su aparición
coincide con el ocaso del Neolítico y la difusión de la metalurgia.
La magnitud de estas obras implica una
religión desarrollada y una estructura social compleja, ya que exige trabajo
coordinado y una autoridad que regule la vida colectiva. Se supone que las
sociedades que lo construyen fueron más o menos igualitarias; esto es, que
aunque contasen con jefes y sacerdotes, no presentaban la férrea
estratificación social de la mayor parte de las
civilizaciones de la Antigüedad. Se impuso una actividad económica que contaba ya con la especialización
del trabajo; la producción, acumulación y comercio de excedentes y el
establecimiento de rutas de intercambio
de bienes, algunas de ellas de larga distancia.
A las
civilizaciones de esta etapa que presentan rasgos propios de la historia
(dinastías, guerras...) pero que aún no cuentan con la escritura y la vida
urbana son consideradas como protohistóricas, esto es, emplazadas en una fase
de transición entre la prehistoria y el tiempo considerado como histórico.
Aunque
podemos encontrar construcciones realizadas con grandes bloques de piedra por todo
el mundo, en sentido estricto se considera megalitismo al
fenómeno cultural focalizado en la Europa atlántica, iniciado en los finales del Neolítico,
como queda dicho, y
que perdura hasta la llegada de la Edad del Hierro (en torno al
1200 – 1000 a .C.).
El Megalitismo guarda
vínculos con la arquitectura ciclópea de las Baleares, Córcega, Cerdeña, Malta
y el Egeo, pero estas construcciones mediterráneas deben ser estudiadas en una
dinámica cultural diferente. Por último, y contra lo que pudiera pensarse, la
mayor parte de monumentos megalíticos son contemporáneos de las pirámides
egipcias y los primeros zigurats de
Mesopotamia, o incluso posteriores.
El
fenómeno megalítico se localiza, fundamentalmente, en el litoral atlántico europeo, desde Escandinavia
hasta el sur de la
Península Ibérica. Los
valles fluviales, como el del Tajo, sirvieron para que esta cultura penetrara
hasta el interior. Irlanda, Bretaña (Francia) y la Península Ibérica
figuran como las áreas que presentan una mayor concentración de estos
monumentos.
Su
dispersión geográfica y su amplísimo desarrollo temporal señalan que estas
obras fueron erigidas por pueblos diversos que mantendrían contactos
comerciales entre sí, sin que se pueda hablar de una raza, civilización o
espiritualidad que unifique este fenómeno. Hoy en día se interpreta el
megalitismo como un fenómeno plural, poligenista, que surgió en diferentes
sitios a la vez (o en distintas épocas) sin que necesariamente tuviera que
existir entre ellos una relación directa.
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