sábado, 31 de enero de 2015

Tema 4: Arte Griego

                                                                                                    
                                                                           John Singer Sargent: Esbozo del Erecteo (en Atenas), (1891);
                                                                                                         (Colección Particular)

4.    ARTE GRIEGO


                  La civilización griega.
1.     Introducción. Los órdenes.
2.     El templo griego: el Partenón.
3.     La escultura. Los grandes maestros de los siglos V y IV. Policleto y Fidias. Praxiteles y Scopas. Lisipo y su canon.
4.     El periodo helenístico.
5.     La escultura ibérica.
La escultura griega de los períodos clásico y helenístico.
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La civilización griega

El solar de la civilización griega se sitúo en torno al mar Egeo, extendiéndose por el sur de la Península Balcánica, la península del Peloponeso, las islas del propio Egeo y en la costa occidental de Asia Menor. Este ámbito geográfico recibió el nombre de Hélade.

En la evolución histórica de la Grecia Antigua se distingue las siguientes fases:

1. Civilización cicládica (3.000 – 2.000 a. C.).
2. Civilización cretense o minoica (2.000 – 1.400 a. C.).
3. Civilización micénica (1.600 – 1.150 a. C.).
4. Edad Oscura (1.150 a. C. – 776 a. C.).
5. Etapa Arcaica (776 a.C. –  499 a. C.).
6. Etapa Clásica (499  – 336  a. C.).
7. Período Helenístico (336 - 30 a. C.).

Las civilizaciones cicládica, minoica o micénica, reciben la denominación de «prehelénicas» y son consideradas antecesoras de la cultura griega.

En el siglo XII a. C. se produce el colapso del mundo micénico.  Entre otras causas, este abrupto final se vincula con la invasión de los dorios y otros pueblos, todos ellos indoeuropeos y conocedores de la forja del hierro. Comenzó entonces la llamada «Edad Oscura» que se prolongará durante cuatro siglos. Los escasos testimonios que se conservan de ella la presentan como un período de pobreza general, con un importante descenso de la población y con una economía muy poco desarrollada.

En el siglo VIII a. C. el mundo helénico se recupera y la civilización griega, propiamente dicha, inicia su andadura con el 776 a. C. (primera olimpiada) como primer año de su cronología. Comienza en estos momentos la llamada edad arcaica (750 – 550 a.  C.), caracterizada por la expansión económica que conlleva la creación de colonias en las costas del mar Negro, Libia, Sicilia, Sur de Italia y las costas mediterráneas de la actuales Francia y España.

Las colonias mantuvieron vínculos con las ciudades que las había fundado, lo que posibilitó que la cultura griega se extendiera por todo el Mediterráneo. En especial destacó la intensa helenización del Sur de Italia y Sicilia, ámbito que pasó a ser conocido como la «Magna Grecia».

La siguiente etapa de la historia griega es la etapa clásica, un período en el que la civilización helénica se enfrenta al oeste contra cartagineses y etruscos y al este con los persas. Los conflictos con este último pueblo son conocidas como las llamadas guerras médicas (499 – 449 a, C.). Éstas tuvieron como consecuencia la invasión de la propia Hélade, bien que al final los griegos lograron una completa victoria. Se inicia entonces una etapa de esplendor conocida como «El siglo de Pericles», que se prolongará hasta finales del siglo V a. C.

El siglo IV a. C., no obstante, será una fase de inestabilidad política y guerras civiles continuas, en las que varias polis se enfrentaron para conseguir la hegemonía sobre la Hélade. Estos conflictos, conocidos como la guerra del Peloponeso (431 – 404 a. C), acabaron por debilitar a todos los contendientes y lograron que Filipo II, rey de Macedonia, se alzara con el dominio sobre Grecia. Se debe tener en cuenta que Macedonia era considerada por los griegos como un reino bárbaro, bien que en esta época se hallaba helenizado.

 Alejandro, hijo y sucesor de Filipo, conquista el imperio persa y añade a sus dominios Egipto, Asia Menor, Anatolia, Oriente Medio y Persia, llegando a los límites con la India. Tras su muerte (323 a. C.), sus generales se repartieron el imperio, formando los reinos helenísticos. Se entra en una nueva etapa, conocida como la época helenística (336 – 30 a. C.). Fue un período muy floreciente, en el que la cultura griega se expandió por todas las conquistas de Alejandro, influyendo en las culturas locales. En contrapartida numerosos rasgos de las civilizaciones sometidas fueron aceptados por los conquistadores helenos.

El final de la cultura griega se ha situado tradicionalmente en el 146 a. C., fecha de la toma y destrucción de Corinto por los romanos. Este hecho marca el dominio pleno de Roma sobre la Grecia Continental. Otros historiadores prefieren el 30 a. C. año que señala la conversión de Egipto, el último reino helenístico, en provincia romana. En cualquier caso, bajo la autoridad de los césares, las ciudades griegas conservaron una sombra de autonomía y los artistas griegos trabajaron activamente para sus nuevos señores. Por todo esto, los historiadores prefieren consideran que existió una transición que se prolongaría hasta bien entrado el siglo primero.

A lo largo de su dilatada historia, la Hélade nunca llegó a organizarse como un único país, sino que su territorio estuvo dividido entre las polis o ciudades-estados independientes. La polis comprendía un territorio, por lo normal poco extenso, formado por aldeas, caseríos y una o varias ciudades. La ciudad (o la urbe más importante) concentraba la actividad política y económica.

En la polis, o sea la capital del territorio, destacaban dos ámbitos: la acrópolis y el ágora. La primera, situada en la cima de una colina, conformaba el espacio religioso, donde se concentraban los templos; también servía de refugio para la población en caso de peligro. El ágora, emplazada en la parte baja, era una especie de plaza pública donde se desarrollaba la actividad política y comercial de la polis.

La sociedad helénica se dividía en tres grupos con diferentes derechos y obligaciones:

-        Ciudadanos (varones con derecho a voto).
-        Extranjeros («metecos») personas libres como los ciudadanos, pero que carecían de derechos políticos.
-        Esclavos, utilizados como mano de obra.

Independientemente de la clase a la que pertenecieran, las mujeres carecían de todo derechos, hasta los más elementales.

La economía de la Hélade era esclavista, urbana y monetaria. Estaba basada en la agricultura (cereales, vid, olivo), la ganadería (sobre todo el ganado ovino y caprino). Progresivamente adquirieron mayor importancia la artesanía y el comercio.

En el ámbito político los griegos destacaron por la creación de la democracia. Pero ésta fue una más entre los numerosos regímenes que caracterizaban a las polis. Así conocieron la monarquías (diarquías cuando el poder se lo repartían dos reyes), aristocracia, oligarquía y tiranía.

La religión griega era politeísta. Carecía de un sacerdocio organizado y de textos sagrados, bien que las obras de poetas como Homero o Hesíodo suplían esta falta.  Los dioses griegos adoptaban forma humana, y según los relatos mitológicos, estaban sujetos a las pasiones y otras debilidades humanas. Se distinguían de los hombres en que eran inmortales y gozaban de poderes como la metamorfosis.

Como se ha señalado, cada polis poseía un área sagrada en la acrópolis. Además existían santuarios (Delfos, Olimpia, Éfeso…) en los que las distintas ciudades rivalizaban en demostrar su riqueza. En estos lugares se situaban los oráculos y se celebraban además los juegos llamados «panhelénicos» por presentarse abiertos al mundo griego.

La cultura griega es considerada como una de las más brillantes de todos los tiempos. De hecho no sólo constituye la base de la cultura occidental, sino también la aportación más importante. Destacan sus logros en los siguientes ámbitos:

-        Pensamiento, con la aparición y desarrollo de la filosofía
-        Ciencia, con descubrimientos en matemáticas, biología y medicina fundamentalmente.
-        Literatura en la que destacaron la poesía y el teatro.

En la Antigüedad Clásica los artistas carecían de consideración social y se les agrupaba junto a los artesanos. Con todo, el oficio de artista, fue evolucionando desde el anonimato hasta la manifestación de personalidades individuales, con obras firmadas y autores que   alcanzaron la celebridad. En la época helenística existe ya un mercado de obras de artes muy activo, con escuelas en las que trabajan gran cantidad de artífices, muchos de ellos especializados en copias y réplicas. Esta comercialización del arte continuará bajo el dominio romano.

1.     Introducción. Los órdenes.

El arte griego se desarrolla entre el siglo VIII y el I a. C. Su marco geográfico abarcó en un principio el extremo sur de los Balcanes, las islas adyacentes y las costas de Asia Menor. Posteriormente se extendió al Mar Negro, la llamada Magna Grecia (Sicilia y Sur de Italia) y otros enclaves de la cuenca mediterránea (como Ampurias en la provincia de Gerona). A partir de Alejandro Magno la civilización griega y su arte se expandió por Egipto y por Oriente desde Anatolia hasta la India.

El mundo griego se caracterizaba por una economía monetaria basada en la agricultura de trilogía mediterránea (trigo, olivo y vid), la ganadería, la pesca y la minería. Progresivamente adquirieron mayor importancia la artesanía y el comercio. Su estructura social era muy cerrada, distinguiéndose entre ciudadanos, extranjeros (personas libres pero sin derechos políticos) y numerosos esclavos.

El núcleo de la civilización griega era la ciudad-estado (polis). Los griegos conocieron gran variedad de regímenes políticos (monarquía, aristocracia, oligarquía, tiranía y democracia). Tras la muerte de Alejandro Magno se impusieron las monarquías helenísticas con reyes dotados de poderes absolutos y que se divinizaban después de su muerte.

En la Hélade los artistas carecían de consideración social y se les agrupaba junto a los artesanos. Con todo, los arquitectos lograron un mayor reconocimiento y muchos de ellos han pasado a la posteridad como Ictinos, Calícrates, Mnesicles e Hipodamo de Mileto, entre otros.

La arquitectura griega se caracteriza por el empleo de los órdenes clásicos, entendidos como tales al conjunto de reglas referidas a la escala, forma y decoración del edificio. En el curso del siglo VII a. C.  se fueron concretando los órdenes dórico y jónico. Ya en el siglo V a. C. se añade el orden corintio.

En cada estilo u orden se distinguen las siguientes partes: estilobato (escalón o último plano), la columna y el entablamento. A su vez, la columna, el elemento distintivo, se subdivide en basa, fuste y capitel. En el arte griego las columnas presentan siempre el fuste estriado.

El tamaño de las columnas responde a una proporción o canon, tomando como medida o módulo, el diámetro del fuste en su base, de igual manera que en la escultura se toma el tamaño de la cabeza como modulo para la representación ideal del cuerpo humano.

El estilo dórico se extiende fundamentalmente por el Peloponeso y la Magna Grecia. Tiene su origen en las construcciones en madera cuyas formas se trasponen a la piedra. Se caracteriza por la columna de fuste poco esbelto y sin basa; capitel formado por collarino, equino y ábaco cuadrado. En el entablamento destaca el friso decorado por la alternancia de triglifos y metopas.

El estilo jónico caracteriza a los templos de Asia Menor y las islas del Egeo. Este orden presenta unas proporciones más esbeltas. La columna se alza sobre una basa; el capitel está adornado dos volutas encuadrando el equino, y el ábaco es más fino; En el entablamento destaca el friso corrido (sin divisiones) que permite desarrollar una decoración en relieve continuo.

El estilo corintio se considera una derivación del jónico, bien que presenta unas proporciones más estilizadas y mayor riqueza decorativa. Sus ejemplos más significativos se encuentran en Arcadia, en el Peloponeso, y en Atenas. La completa destrucción de Corinto por los romanos impide verificar si su vínculo con esta ciudad era legendario o real. El elemento distintivo de este orden es el capitel decorado con una doble fila de hojas de acanto y unos caulículos o tallitos que surgen entre estas hojas y se enroscan en los ángulos y en la parte central.

2.     El templo griego: el Partenón.

 El arte griego se desarrolla entre el siglo VIII y el I a. C. Su marco geográfico abarcó en un principio el extremo sur de los Balcanes, las islas adyacentes y las costas de Asia Menor. Posteriormente se extendió al Mar Negro, la llamada Magna Grecia (Sicilia y Sur de Italia) y otros enclaves de la cuenca mediterránea (como Ampurias en la provincia de Gerona). A partir de Alejandro Magno la civilización griega y su arte se expandió por Egipto y por Oriente desde Anatolia hasta la India.

El mundo griego se caracterizaba por una economía monetaria basada en la agricultura de trilogía mediterránea (trigo, olivo y vid), la ganadería, la pesca y la minería. Progresivamente adquirieron mayor importancia la artesanía y el comercio. Su estructura social era muy cerrada, distinguiéndose entre ciudadanos, extranjeros (personas libres pero sin derechos políticos) y numerosos esclavos.

El núcleo de la civilización griega era la ciudad-estado (polis). Los griegos conocieron gran variedad de regímenes políticos (monarquía, aristocracia, oligarquía, tiranía y democracia). Tras la muerte de Alejandro Magno se impusieron las monarquías helenísticas con reyes dotados de poderes absolutos y que se divinizaban después de su muerte.

En la Hélade los artistas carecían de consideración social y se les agrupaba junto a los artesanos. Con todo, los arquitectos lograron un mayor reconocimiento y muchos de ellos han pasado a la posteridad como Ictinos, Calícrates, Mnesicles e Hipodamo de Mileto, entre otros.

 Los griegos empleaban como material la piedra, sobre todo la arenisca y el mármol. Utilizaban sistemas constructivos arquitrabados. Los edificios se decoraban con relieves escultóricos y con una rica policromía.

Los griegos consagraban a sus dioses terrenos y recintos considerados sagrados (temenos). En ellos el culto se realizaba en torno a un altar construido al aire libre. El templo servía para albergar la efigie de la deidad y las ofrendas que se depositaban (y que constituían el llamado «tesoro»).

 El interior de estos edificios solía ser angosto y oscuro pues estaban concebidos para la oración individual, no para ceremonias de culto o reuniones de fieles. Los templos clásicos situaban su portada principal hacia el este, con la efigie del dios mirando hacia la salida del sol.

Los templos se elevan sobre unas gradas (krepis) cuyo último escalón es el estilobato. Su estructura era muy simple: una sala rectangular conocida como naos que albergaba la efigie de la divinidad; un pórtico delantero conocido como pronaos y por último  un pórtico trasero, el opistodomo, que carecía de acceso al interior y que se añadía por simetría. A veces existía una estancia entre la naos y el opistodomos denominada «ádyton» y que venía a servir de sacristía. 

Los templos se clasifican bien por el número de columnas de la fachada principal, bien por la disposición de las columnas exteriores.

-        Según el número de columnas que hay en la fachada principal se distingue entre dístilo (dos columnas en el frente), tetrástilo (con cuatro columnas), hexástilo (con seis columnas), octástilo (con ocho columnas) y decástilo (con diez columnas).

-        Según la disposición de las columnas exteriores, los templos se clasifican como in antis (cuando los muros de la cella o naos avanzan hasta el frente), próstilo (con un pórtico con columnas), anfipróstilo (con pórtico delante y atrás), períptero (rodeado de columnas) y díptero (rodeado de doble fila de columnas). Los templos con una fila de columna adosada a los muros se conocen como pseudoperípteros y cuando presentan una fila exenta y otra pegada al muro se denominan pseudodípteros.

Finalmente en algunos santuarios existen una serie de rasgos peculiares, debidos al emplazamiento o a las singularidades del culto. Así nos encontramos con templos sin techo (hípetros), sin columnas (ápteros) y circulares (monópteros).  Los templos circulares rodeados por columnas son, a la vez, monópteros y perípteros. Este tipo de templos es conocido como tholos.

Entre los templos de los griegos y de los romanos existían algunas diferencias: la presencia de gradas o estilóbato en el primero  y  podio en el segundo; el predominio de los templos perípteros (con fila de columnas en los costados) en los helénicos y de los pseudoperípteros (con la fila de columnas embebidas en el muro) entre los romanos y, por último, el dispar empleo de los órdenes: dórico, jónico y, raramente, corintio en Grecia y toscano, jónico, corintio (en este caso el más representado) y compuesto en el Imperio romano.

En la Helade, los santuarios concentran los templos más majestuosos e impresionantes, erigiéndose además en estos espacios otras construcciones como teatros, estadios…  Los principales son Olimpia, Delfos, la Acrópolis de Atenas, Eleusis, Delos, Argos, Epidauro, Mileto y Éfeso. Entre todos estos santuarios, sobresale la Acrópolis de Atenas por su espléndido conjunto constructivo. Tras los grandiosos propileos (puertas monumentales), el visitante encontraba un templo de orden dórico, el Partenón, y dos de orden jónico: el Erecteión, con la famosa tribuna de las cariátides, y el de la Victoria áptera, de pequeñas dimensiones, pero de refinada ejecución.

El Partenón es un templo dedicado a Atenea Partenos (Atenea «la Virgen»).  Fue mandado edificar por Pericles, primer magistrado de Atenas. Sus arquitectos fueron Ictinos y Calícrates, encargándose Fidias de la supervisión de la obra y de la decoración escultórica. Esta construcción expresaba el agradecimiento de la ciudad de Atenas a la diosa Atenea, pues creían que esta deidad había contribuido a la victoria de los griegos sobre los persas. De hecho el Partenón reemplazó a un templo anterior que había sido destruido por los persas en Guerras Médicas.

El Partenón es un templo de orden dórico, octástilo, anfipróstilo y períptero. El templo se levanta sobre tres gradas y mide unos sesenta metros de lado. En su interior se empleó el orden jónico, y de hecho la proporción del estilo del exterior presenta una esbeltez más propia del jónico que del dórico.

Las obras se iniciaron en el 447 a. C. y duraron quince años. Se empleó como material, mármol blanco de las canteras del Pentélico.

Los frontones estaban consagrados a Atenea, titular del templo. El frontón oriental (el situado sobre la entrada principal) representaba el Nacimiento de Atenea, surgiendo de la cabeza de Zeus. El frontón occidental estaba dedicado a la disputa entre Atenea y Poseidón por el dominio del Ática Para resaltar la anatomía de los personajes, Fidias representa los ropajes adheridos al cuerpo, usando lo que se ha llamado «técnica de los paños mojados», rasgo típico de la producción artística de Fidias.

El entablamento estaba decorado con noventa y dos metopas. La fachada oriental está dedicada al combate de las amazonas con diversos héroes (Amazanomaquia); la occidental a la lucha de los dioses con los gigantes (Gigantomaquia); el costado septentrional tenía como tema la Guerra de Troya (Iliupersis) y, por último, el flanco meridional estaba consagrado al enfrentamiento del héroe Piritoo y sus compañeros con los centauros (Centauromaquia), Se cree que todos estos episodios mitológicos representan la lucha de la civilización contra la barbarie y que aluden a las guerras entre griegos y persas. Conviene recordar que los griegos no tenían tradición de relieve histórico, por lo que a veces representaban algunos episodios míticos para conmemorar sus victorias, alianzas y otros hechos.

En la cara exterior de la naos del Partenón y protegido de la intemperie por el peristilo de columnas se dispuso el friso de las Panateneas. Con unas medidas de un metro de altura por 160 de largo, rodea por completo el templo. Se trata de un friso jónico, y por tanto continuo. Representa la procesión de las Grandes Pananteneas, que tenía lugar cada cuatro años en honor de la diosa Atenea.

Fidias y su taller se encargaron igualmente de la imagen colosal de la diosa que se veneraba en el interior. Se trata de la Atenea Partenos, imagen que no se ha conservado y que conocemos a través de descripciones y de réplicas. Se trataba de una efigie colosal (medía unos doce metros con el pedestal incluido) y crisoelefantina (pues estaba realizada en oro y marfil).

Tras el declive de la civilización clásica, el Partenón fue transformado en el siglo V en catedral y, diez siglos más tarde, en mezquita. Quedó convertido en ruina por una explosión en 1687.  A principios del siglo XIX la mayor parte de su decoración escultórica fue adquirida por el diplomático inglés Lord Elgin, quien acabó vendiéndolas al Museo Británico, donde actualmente se conservan.

3.     La escultura. Los grandes maestros de los siglos V y IV. Policleto y Fidias. Praxiteles y Scopas. Lisipo y su canon.

El arte griego se desarrolla entre el siglo VIII y el I a. C. Su marco geográfico abarcó en un principio el extremo sur de los Balcanes, las islas adyacentes y las costas de Asia Menor. Posteriormente se extendió al Mar Negro, la llamada Magna Grecia (Sicilia y Sur de Italia) y otros enclaves de la cuenca mediterránea (como Ampurias en la provincia de Gerona).

El mundo griego se caracterizaba por una economía monetaria basada en la agricultura de trilogía mediterránea (trigo, olivo y vid), la ganadería, la pesca y la minería. Progresivamente adquirieron mayor importancia la artesanía y el comercio. Su estructura social era muy cerrada, distinguiéndose entre ciudadanos, extranjeros (personas libres pero sin derechos políticos) y numerosos esclavos.

El núcleo de la civilización griega era la ciudad-estado (polis). Los griegos conocieron gran variedad de regímenes políticos (monarquía, aristocracia, oligarquía, tiranía y democracia).

La etapa clásica (siglos V y IV a. C.) estuvo marcada en primer lugar por los enfrentamientos con los persas, que dieron lugar a las llamadas guerras médicas. Posteriormente Grecia vivió una etapa de esplendor conocida como «El siglo de Pericles». La etapa se cierra con una fase de inestabilidad, verdadera guerra civil, que es conocida por los historiadores como la guerra del Peloponeso.

Es en esta época cuando la escultura griega alcanza su etapa culminante, coincidiendo con el crecimiento económico y la edad dorada de la filosofía y de la literatura. La producción artística se incrementó gracias al afán de las distintas polis por destacar en el conjunto de ciudades de la Hélade y por el surgimiento de la clientela privada.

Los griegos concebían sus esculturas, ya fueran éstas relieves o estatuas exentas, como representaciones vinculadas a sus creencias religiosas o episodios de su mitología. Solían destinarse a ornamentar conjuntos arquitectónicos de carácter público, fundamentalmente recintos sagrados y templos. En estos últimos se ubicaban las efigies de las divinidades.

Los escultores realizaron en la etapa clásica avances sustanciales en la representación naturalista de la anatomía, el movimiento y la expresión. Sin embargo, sus imágenes de dioses y héroes no son realistas, ya que los artistas proyectaron en ellas sus ideales de belleza física, convirtiendo el cuerpo humano desnudo en un modelo de armonía y proporción canónica. Hay que indicar que, pese a la altísima calidad alcanzada en este período, los artistas tenían escasa consideración social y se les agrupaba junto a los artesanos. Con todo, en esta etapa, algunos escultores alcanzaron una verdadera celebridad.

La escultura helénica emplea como materiales el mármol y el bronce. Muy excepcional resulta el empleo del oro y el marfil (estatua crisoelefantina) con los que se realizaron la Atenea Partenos y el Zeus Olímpico, ambos de Fidias.

Era habitual policromar las esculturas y añadirle apliques como los ojos, las pestañas, las armas y otros objetos, detalles que se han perdido en su práctica totalidad, pues se han conservado muy pocas obras originales de esta época. Afortunadamente en la época romana se realizaron numerosas copias, algunas de las cuales han llegado hasta nosotros y han servido para conocer la producción artística de este período.

La escultura griega del siglo V a. C. está dominada por dos grandes maestros: Fidias y Policleto.

Fidias es considerado el escultor del equilibrio y de la perfección. Destaca por la belleza y la serena majestad que logra imprimir a las divinidades que esculpe y también por el tratamiento de los ropajes. Los abundantes y sinuosos pliegues de las telas que se pegan al cuerpo como si fueran «paños mojados», trasluciendo una anatomía plenamente conseguida.

 Pericles (Primer magistrado de Atenas) le encargó varios trabajos para la Acrópolis de Atenas y allí se encuentran sus principales obras:

-        Los frontones del Partenón. En ellos podía admirarse el nacimiento de Atenea (frontón oriental) y la disputa entre Atenea y Poseidón por el dominio del Ática (frontón occidental).
-        Las metopas con la centauromaquia y otros combates mitológicos
-        -El friso interior que rodeaba el edificio, llamado friso de las Panateneas, por representar la procesión con la que comenzaban estas fiestas.
-         La escultura en bulto redondo que representaba a Atenea y que se veneraba en la naos del Partenón, conocida como la Atenea Partenos. Como queda dicho, se trata de una imagen crisoelefantina de tamaño colosal.
-        La Atenea Promacos. Se trataba de otra imagen de la diosa de tamaño gigantesco. Su material era el bronce y se emplazaba entre el Erecteion y el Partenon.

Otras obras suyas son la Atena Lemnia (encargo de los atenienses instalados en la isla de Lemnos) y el Zeus de Olimpia, imagen considerada como una de las maravillas del mundo antiguo.

El segundo gran escultor del siglo V a. C. es Policleto, célebre por su estudio de las proporciones y de la belleza ideal.  Buscó un canon o prototipo ideal investigando las proporciones más armónicas. Instauró el canon de las siete cabezas (la altura del cuerpo debe ser siete veces mayor que la de la cabeza). Entre sus obras destaca el Doríforo, que representa a un joven en actitud de avanzar. En esta obra destaca la posición conocida como «quiasmo» o «contraposto»: la pierna derecha permanece recta, sosteniendo el peso del cuerpo, mientras que la pierna izquierda se alza y se flexiona.  En consecuencia el torso y la cadera se giran levemente y el hombro izquierdo aparece más alto. Este recurso añade naturalidad y dinamismo a la escultura, por lo que va a ser muy imitado por los escultores de todas las épocas.

Otras obras de este artista son el Diadúmeno, que representa a un a un atleta atándose a la cabeza la venda de la victoria y la Amazona herida que esculpe para el templo de Artemisa en Éfeso.

El tránsito del siglo V a.C., etapa de esplendor, al IV a. C., época de crisis, supone que la idealización, la serenidad y el equilibrio dan paso a la gracia, al interés por revelar los sentimientos, la expresión del movimiento y la multiplicidad de los puntos de vista desde los que puede ser contemplada la obra. Entre los maestros que incorporan estas innovaciones destacan Praxíteles, Scopas y Lisipo, precursores todos ellos de las tendencias del helenismo.

Praxíteles prefiere los temas agradables, tratados con encanto y gracia, y realzados por un pulido del mármol ejecutado con suma delicadeza. Repite una pose que será conocida como «curva praxiteliana»: el torso se arquea tanto, que es preciso apoyarlo en un soporte lateral, y así se forma un contraposto muy pronunciado.

Sus obras más célebres son el Hermes con el Niño Dionisos de Olimpia, tal vez obra original del artista, el Apolo sauróctonos (matador de saurios) y la Afrodita saliendo del baño, conocida como la Afrodita Cnidia. Esta última es la primera escultura griega que muestra a una mujer enteramente desnuda.

Por su parte Scopas se caracteriza por mostrar los estados de ánimos patéticos y atormentados, con característicos con ojos hundidos, bocas entreabiertas y cuerpos que se mueven en espiral, como lo demuestra su Ménade. Otras obras suyas son la cabeza de Meleagro y parte de la decoración de la monumental tumba del sátrapa Mausolo (conocida como el Mausoleo).

Lisipo, será el artista más innovador y creativo de la centuria. Aportaciones suyas son

-        La incorporación del género del retrato a la escultura griega. Destacan sus bustos de Alejandro Magno, del que fue retratista oficial.
-        El cambio del canon de las siete a las ocho cabezas. Así se consigue una figura más esbelta, elegante y flexible. El mejor ejemplo es el Apoxiómeno.
-        El abandono de la frontalidad por la multiplicidad de los puntos de vista, ejemplificada igualmente en el Apoxiómeno.

Otras obras suyas son el Hércules Farnesio y el Ares Ludovisi.

4.     El periodo helenístico.

El arte griego helenístico se desarrolla entre el siglo IV a. C. y el I. Su marco geográfico abarcó las conquistas del Alejandro Magno: Grecia, Egipto y Asia desde el Egeo hasta la India. En la geografía del mundo helenístico hay que incluir las ciudades de la llamada Magna Grecia (Sicilia y Sur de Italia) y la propia Roma que destacaron por la adquisición de obras de este estilo

El mundo helenístico se caracterizaba por una economía esclavista, urbana y monetaria, con gran desarrollo de la artesanía y el comercio. Tras el fallecimiento de Alejandro se impusieron las monarquías helenísticas con reyes dotados de poderes absolutos y que se divinizaban después de su muerte. Los artistas carecían de consideración social y se les agrupaba junto a los artesanos. Con todo, algunos de ellos alcanzaron la celebridad y son mencionados por Plinio y otros historiadores de la Antigüedad.

Durante el periodo helenístico la producción artística se incrementó notablemente debido a la prosperidad económica de la época, al deseo de los reyes de destacar como benefactores y a la aparición de la clase social burguesa. Los mejores clientes del arte fueron, pues, los reyes y los burgueses, quedando en segundo lugar la demanda oficial de tipo religioso.

La arquitectura de esta época destaca por la riqueza en elementos decorativos, ejemplificados en el empleo del orden corintio. Otro rasgo es la búsqueda de la sorpresa y la teatralidad, con el uso del frontón partido, el colosalismo y la búsqueda de efectos escenográficos.

 Destaca la construcción de grandes ciudades, como Alejandría en Egipto o Antioquía en Siria. Son ciudades trazadas con un urbanismo reticular, siguiendo los dictámenes que impuso Hipódamo de Mileto en el siglo V a. C. Las calles se cruzan en ángulo recto y se dividen en manzanas regulares, colocando en el centro la plaza o ágora rodeada de pórticos o estoas. Todas estas ciudades se dotaban de edificios públicos, privados y religiosos: palacios, mausoleos, mercados, bibliotecas, teatros, templos… Las ciudades costeras remodelan las zonas portuarias erigiendo impresionantes monumentos como el Coloso de Rodas o el Faro de Alejandría
En cuanto a la escultura, ya a finales del siglo IV a. C. se había abandonado el equilibrio clásico y se adoptan otras características como la acentuación del movimiento o la expresión de las pasiones. En cuanto a los temas se incorpora la alegoría, el retrato y las escenas de géneros (representación de lo cotidiano, lo costumbrista o lo anecdótico). El artista parece deleitarse en representar la pobreza la fealdad o la vejez

Tenemos noticias de dónde radican las principales escuelas escultóricas de este período, pero por desgracia son muchas las obras de primer orden que no sabemos a cuál de ellas pertenecen.

-        La escuela de Atenas se caracteriza por imitar el estilo de Praxíteles y el de Lisipo. Obras de los talleres áticos son el Torso de Belvedere, de Apolonio, el Espinario o Niño de la Espina, el Niño de la Oca, de Boetas, la Vieja Ebria y , posiblemente, la Venus de Milo, de Alejandro de Antioquia.

-        Escuela de Alejandría: Esta escuela se especializó en la representación de tipos populares y étnicos.  Con todo, su obra más conocida es una monumental alegoría que muestra al Nilo como un anciano recostado y rodeado de dieciséis niños que representan los dieciséis codos de altura que el río puede alcanzar en su crecida.

-        Escuelas de Pérgamo y Rodas: Se caracterizan por su inclinación hacia temas patéticos y la representación de movimientos contorsionados y violentos.

-         A los talleres de Pérgamo pertenece el monumento de Atalo I en el que figuraban seis esculturas (el grupo del Gálata Ludovisi y cuatro gálatas moribundos, tendidos en el suelo). Al parecer, su autor fue Epígono, que supo darle dignidad a los vencidos para exaltar así el triunfo local. Otra obra de esta escuela es el Altar de Pérgamo, consagrado a Zeus y Atenea. Narra, en grandes relieves, la batalla que los dioses olímpicos sostuvieron con gigantes, hijos de la Tierra.

-        Las obras de la Escuela de Rodas más relevantes son el grupo del Laocoonte realizado por Agesandro, Polidoro y Atenodoro para decorar la Domus Aurea de Nerón y la Victoria de Samotracia, que conmemoraba una batalla naval.

6.     La escultura ibérica.

La cultura ibérica es la más importante de la Protohistoria de la península ibérica. Se desarrolla en la vertiente mediterránea y el este de Andalucía, con irradiaciones hacia la Meseta central y el sureste de Francia. Cronológicamente se sitúa entre los siglos VI al I antes de C.

La civilización ibera estaba formada por un conjunto de pueblos (bastetanos, oretanos, turdetanos, contestanos, edetanos...) que compartían una lengua y una cultura común. Por las referencias clásicas se sabe que formaban una sociedad aristocrática y guerrera, compuesta por latifundistas, mercaderes, artesanos, campesinos y esclavos.

En la génesis y desarrollo del arte ibérico confluyen tres factores, la cultura autóctona de los pueblos hispánicos, las centroeuropeas que llegan a través de los Pirineos o de los pueblos celtas de la Meseta y sobre todo las aportaciones de los pueblos mediterráneos (cartagineses, griegos y romanos).

En su producción artística destaca la escultura, tanto exenta como en relieve. Aparece ligada bien a los santuarios, bien a las necrópolis. El material empleado es la piedra (caliza), aunque el bronce se emplea en figurillas (exvotos).

Destacan, en primer lugar, tres esculturas de excepcional importancia, que son las Damas del Cerro de los Santos, de Baza y de Elche. La primera es una ofrenda a una divinidad y las otras dos presentan carácter funerario. En ellas se percibe la originalidad del arte ibérico, que funde las influencias de las culturas del Mediterráneo, asimilándolas perfectamente.

Otra de las grandes realizaciones de la escultura ibérica son las tumbas monumentales decoradas con complejos ciclos que muestran escenas de guerras, luchas con fieras y animales mitológicos y otros asuntos de carácter heroico. Los ejemplos más sobresalientes son los relieves de Pozo Moro (Chinchilla, Albacete) de Osuna (Provincia de Sevilla) y las esculturas de Cerrillo Blanco (Porcuna, Jaén). La técnica empleada es siempre la del relieve, salvo la de Cerrillo Blanco, que recurre a la escultura exenta.

Por último debe mencionarse la escultura animalística. Predomina la figuración de caballos, toros y leones, fuertemente expresivos en su esquematizada talla. También se representan animales fantásticos, como la Esfinge de Agost o la Bicha de Balazote, toro androcéfalo. Desempeñaron una función de protección y guardia del reposo eterno del difunto, de ahí que aparezcan asociados a enterramientos de cierta entidad.

La escultura griega de los períodos clásico y helenístico.

El arte griego alcanza sus cotas culminantes en sus creaciones escultóricas, que se desarrollan a lo largo de más ocho siglos (del s. VII a.C. al s. I d.C.) en un ámbito geográfico que inicialmente abarcaba las orillas del Egeo y que irá extendiéndose progresivamente hasta abarcar la mayor parte del mundo entonces conocido, en concreto las costas del Mediterráneo, Egipto y Oriente desde Anatolia hasta la India.

La escultura helénica emplea como materiales el mármol y el bronce. Muy excepcional resulta el empleo del  oro y el marfil (estatua crisoelefantina) con los que se realizaron algunas imágenes de culto como la Atenea Partenos y el Zeus Olímpico, ambos de Fidias. Sus artífices destacaron tanto en la escultura como en el relieve. En la escultura exenta las figuras presentan un tamaño ligeramente superior a la estatura humana, aunque no falten ejemplos de efigies colosales, ejecutadas tanto en la etapa clásica como en la helenística.

Era habitual policromar las esculturas y añadirle apliques como los ojos, las pestañas, las armas y otros objetos, detalles que se han perdido en su práctica totalidad, pues se han conservado muy pocas obras originales de esta época. Afortunadamente, en la época romana se realizaron numerosas copias, algunas de las cuales han llegado hasta nosotros y han servido para conocer la producción artística de este período.

En la Grecia Antigua los artistas carecían de reconocimiento social y se les agrupaba junto a los artesanos. Con todo, en la etapa clásica, algunos escultores (Fidias, Lisipo…) alcanzaron una verdadera celebridad. En la época helenística la gran demanda de estatuas, sobre todo de copias de obras célebres, provoca que la producción se organice en talleres y que no destaquen grandes maestros como en la etapa precedente.

El período clásico se extiende entre los siglos V y IV a. de C. Su ámbito geográfico abarcaba el extremo meridional de la Península Balcánica, las islas del Egeo y las costas de Asia y el Sur de Italia («Magna Grecia»). Existía una gran variedad de regímenes políticos, bien que el predominaba era la polis, cuyas autoridades se convirtieron en los principales clientes de los escultores.

En esta etapa, los griegos concebían sus esculturas, ya fueran éstas relieves o estatuas exentas, como representaciones vinculadas a sus creencias religiosas o episodios de su mitología. Solían destinarse a ornamentar conjuntos arquitectónicos de carácter público, fundamentalmente recintos sagrados y templos. En estos últimos se ubicaban las efigies de las divinidades, imágenes concebidas como objeto de culto.  A veces se inmortalizaba con esculturas a atletas y soldados destacados, pero representados a la heroica (desnudos e idealizados) no como personas reales.

Los escultores realizaron en esta etapa avances sustanciales en la representación naturalista de la anatomía, el movimiento y la expresión. Sin embargo, sus imágenes de dioses y héroes no son realistas, ya que los artistas proyectaron en ellas sus ideales de belleza física, convirtiendo el cuerpo humano desnudo en un modelo de armonía y proporción canónica.

Los principales maestros de esta etapa son Fidias, Policleto, que desarrollaron su obra en el siglo V a.C. y Scopas, Praxíteles y Lisipo que trabajaron en el siglo IV a. C.

Fidias destaca por la belleza y la serena majestad que logra imprimir a las divinidades que esculpe y también por el tratamiento de los ropajes. La mayor parte de su obra se concibió para decorar el Partenón (Frontones del Partenón, Friso de las Panateneas…).

El otro gran escultor del siglo IV es Policleto, célebre por su estudio de las proporciones y de la belleza ideal.  Por eso buscó un canon o prototipo ideal investigando las proporciones más armónicas. Él instauró el canon de las siete cabezas e introdujo la posición conocida como «contraposto».  Entre sus obras destacan el Doríforo y el Diadúmeno.

En el siglo IV a. C. los escultores rompen con los ideales clásicos e introducen la multiplicidad de vistas, la expresividad física y gestual y el retrato, por lo que sirven de transición entre la etapa clásica y la helenística.

Entre los artistas que marcan esta transición, destaca Praxíteles, que dota a sus figuras de una expresión sensual con formas más suaves y onduladas (con la famosa «curva praxiteliana»). Sus obras más célebres son el Hermes con el Niño Dionisos y la Afrodita saliendo del baño, conocida como la Afrodita Cnidia.

Por su parte Scopas investiga en la expresión dramática, reflejando estados de ánimo patéticos y atormentados (la Ménade, la cabeza de Meleagro…).

Lisipo va a romper abiertamente con las tradiciones de este período. Incorpora el género del retrato a la escultura griega, cambia el canon de siete a ocho cabezas, ganando en esbeltez, y desarrolla la multiplicidad de los puntos de vista. Estos rasgos se observan en obras como Apoxiómeno, el Hércules Farnesio o sus efigies de Alejandro Magno.

En cuanto a la escultura del período helenístico hay que indicar que desarrolla entre el siglo IV a. C. y el I. Su marco geográfico abarcó las conquistas del Alejandro Magno: Grecia, Egipto y Asia desde el Egeo hasta la India.

Tras el fallecimiento de Alejandro se impusieron las monarquías helenísticas con reyes dotados de poderes absolutos y que se divinizaban después de su muerte. Estos monarcas rivalizarán con la naciente burguesía en adquisición de obras escultóricas, quedando en segundo lugar la demanda oficial de tipo religioso.

Como ya se ha señalado, a finales del siglo IV a. C. se había abandonado el equilibrio clásico y se adoptan otras características como la acentuación del movimiento, la expresión del patetismo y de la tensión. En cuanto a los temas, destaca la predilección por los temas alegóricos por un lado y de la vida cotidiana o escenas anecdóticas por otro. También se asiste al desarrollo de los retratos realistas, sin idealización y que se recrean en los defectos físicos, en lo feo, en la vejez, etc.

Tenemos noticias de dónde radican las principales escuelas escultóricas de este período, pero por desgracia son muchas las obras de primer orden que no sabemos a cuál de ellas pertenecen. Las mejor conocidas son la Escuelas de Pérgamo y la de Rodas. Ambas se caracterizan por su inclinación hacia temas patéticos y la representación de movimientos contorsionados y violentos.

La escuela de Pérgamo está representada por el monumento que conmemoraba la victoria contra los gálatas (del que proceden las efigies del galo Ludovisi y del galo moribundo) que tiene como autor a Epígono y el Altar de Pérgamo.

Las obras maestras de la Escuela de Rodas son el grupo del Laocoonte realizada por Agesandro, Polidoro y Atenodoro y la Victoria de Samotracia.
       
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La obra que hemos escogido como emblema es Esbozo del Erecteo (en Atenas) [Sketch of Erechtheum (in Athens)] pintado por el (italo) norteamericano John Singer Sargent en 1891.

Entre 1890-1891 el artista realizó el inevitable viaje a Oriente, (o Levante) en el que recaló en Venecia, Rávena, Sicilia, El Cairo y otros lugares de Egipto, Constantinopla y, naturalmente, Atenas. Desconocemos cual fue el orden exacto de este periplo. Al artista no le movía el deseo de unas largas vacaciones ni la llamada del exotismo, sino la necesidad de conocer de primera mano los estilos egipcio, griego, bizantino e islámico, imprescindibles para las complicadas alegorías que le había encargado la Biblioteca Pública de Boston (Massachusetts, Estados Unidos).

John Singer Sargent escribe mal el nombre del monumento. En inglés el monumento es conocido como «Erechtheum», pero el artista lo denomina «Erectheum».

La obra es un óleo sobre cartón que mide 49,5 x 61 cm. Pertenece a una colección privada.

La imagen procede de la página siguiente:


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