miércoles, 4 de junio de 2014

Comentario del Conjunto Megalítico de Stonehenge


Nos encontramos ante el exterior de un monumento megalítico de grandes proporciones, bien que con una distribución armoniosa de sus volúmenes. Se encuentra en un aceptable estado de conservación.

Se trata de  Stonehenge, monumento situado en la llanura de Salisbury, cerca de Amesbury, en el condado de Wiltshire, al sureste de Inglaterra. Se data entre el final del Neolítico y la Edad del Bronce. Su construcción debió iniciarse hacia el 3000 a.C., prolongándose las obras hasta  el 1600 a.C. Stonehenge es el monumento más representativo de la arquitectura megalítica. Como en el resto del arte prehistórico, no existió una voluntad de dejar constancia de sus autores o responsables de la construcción.

Stonehenge está compuesto por  varios recintos de forma circular formados por enormes monolitos sin desbastar. Existe un círculo de menhires (pieza pétrea hincada verticalmente en el suelo) y otros dos de trilitos (estructura una piedra en horizontal a manera de dintel y dos en vertical, conocidos como ortostatos,  como postes. En uno de estos anillos, el interior,  los trilitos se dispusieron aislados, mientras que en el exterior se alzaron de forma continua, de tal forma que cada ortostato soportara dos dinteles. No se empleó argamasa, ni ningún otro material de agarre.

Entre las cuestiones que Stonehenge plantea, la primera es su clasificación. Para algunos arqueólogos es un crómlech, esto es un monumento formado por piedras clavadas en el suelo y que adoptan una forma circular o elíptica, cercando un terreno, pudiendo formar uno o varios recintos. Pero el resto de crómlechs conservados están compuestos por menhires. Otros especialistas prefieren clasificarlo como henge, término que designa un recinto circular u ovalada realizada mediante zanjas y terraplenes. De nuevo, esta terminología no acaba de ajustarse a Stonehenge, pues, efectivamente, el monumento presenta fosos y bancales, pero a diferencia del resto de henges, existe una estructura arquitectónica en su interior.

Se puede considerar, por tanto, que Stonehenge es un monumento único que combina varias de las tipologías de la arquitectura megalítica. Igualmente, hay que reservarle un puesto aparte dentro del acervo de las obras de la arquitectura prehistórico por el colosalismo de su escala y por la complejidad de su estructura.

El siguiente interrogante se plantea al explicar a qué técnicas constructivas recurrieron los edificadores de Stonehenge. Se ha establecido que el anillo exterior está realizado con bloques de arenisca, denominados «sarsen» procedentes de unas canteras emplazadas a unos 30 ó 40 kilómetros del monumento; mientras que el recinto interior está compuesto por monolitos de diabasa, conocidas como «bluestones»  («piedras azules») procedente de un afloramiento situado nada menos que a unos 250 kilómetros en el país de Gales.

Se ha propuesto que los movimientos glaciales pudieron arrastrar estas rocas hacia Stonehenge, y efectivamente la llanura de Salisbury presenta numerosos bloques erráticos de las procedencias más diversas. Con todo, y aunque gracias al glaciarismo se hayan podido acortar las distancias (unos 160 kilómetros en el caso de los bloques de diabasa), el esfuerzo empleado debió ser ingente. Adviértase además que se escogieron piedras de gran tamaño y de enorme peso. Así, en  los trilitos exentos se han examinado bloques que miden más de 13 metros y que superan las 50 toneladas. No debe extrañarnos que en la Edad Media se atribuyese su construcción a magos y gigantes.

Lo ingente de estas cifras contrasta con la rudimentaria tecnología  y la débil organización social de la protohistoria. Las herramientas que debieron emplear en la cantera debieron ser, con  toda probabilidad de piedra, pues la metalurgia del cobre y del bronce se hallaba en sus comienzos y se destinaba, además para las armas y objetos de gran valor. Se supone que la mayor parte de la labra de los bloques se realizó en la cantera, realizándose algunos retoques en el momento de colocar las piedras.

El transporte es la fase que plantea más problema. Desechada la navegación fluvial, se supone que recurrieron a mover las rocas con cuerdas,  rodillos,  toscos raíles y rampas de tierra cuando había que salvar desniveles. Como fuerza de tracción se debieron utilizar bueyes. En el 2010 se probó que empleando rodamientos de bolas de piedra, como cojinetes, colocadas en la acanaladura de raíles de madera, se abarataba y se aceleraba notablemente el desplazamiento. Esta tesis también explica el porqué no se han encontrado restos de calzadas, terraplenes  y otros elementos necesarios para el traslado de los bloques.

Por último en el lugar elegido para la erección del monumento se dejaban caer los bloques verticales en un estrecho hoyo previamente excavado y después se ajustaban hasta dejarlos en posición vertical, tras lo cual se rellenaba el hoyo para fijarlos firmemente. En el caso de los se hacían terraplenes (o bien plataformas de madera)  a ambos lados de los ortostatos, hasta alcanzar la misma altura que éstos. A través de estos terraplenes (o plataformas) se transportaba el bloque horizontal hasta dejarlo colocado correctamente. Otros investigadores proponen que se usaron grúas de tijera o de trípode.

Para ensamblar las piedras se recurrió a técnicas propias de la ebanistería. Así en la cara superior de los ortostastos se dispuso un saliente que encaja con uno de los dos agujeros del dintel, de forma idéntica a las junturas de mortaja y espiga. También se han encontrado  ejemplos de uniones de lengüeta y ranura.

Uno de los aspectos más debatido de Stonehenge es su finalidad. Actualmente existe cierto consenso en considerarlo como un santuario que combinaría un culto a los antepasados (se han  hallado enterramientos de 240 personas distintas) con la veneración de  alguna deidad o deidades de carácter estacional o solar. Esto último  explicaría el empleo del monumento como calendario para calcular equinoccios, solsticios y eclipses.  La existencia de una avenida, las alineaciones astronómicas y la magnitud del monumento señalan, a no dudar, que la obra que analizamos se convertiría en centro de peregrinación multitudinaria en algún momento o época del año.

Parece coherente el creer que una divinidad que presidiera las estaciones y el ciclo solar pudiera presentar un carácter funerario, en cuanto que se encargaría igualmente del ciclo de la vida, la muerte y la existencia ultraterrena. Sería un dios, además, de la regeneración y de la salud.  Los cultos tributados a Apolo, a  los célticos Borvo, Bran y Belenos o el indo-iranio Mitra  incorporan la mayor parte de los aspectos reseñados, pero resulta aventurado trazar vínculos entre el ignorado panteón de los  constructores de Stonehenge y  mitologías muy posteriores.

Por lo demás, hay que tener en cuenta que en el milenio y medio en el que se extendió su construcción, debieron producirse cambios en el planteamiento de la edificación y transformaciones en la naturaleza del culto que se tributaba. Parece lógico que distintos pueblos o confederaciones de tribus  se sucedieran, de forma pacífica o mediante la guerra, en la dirección de las obras. Como parte de los bloques fueron reaprovechados en épocas posteriores, queda por aclarar si el monumento pudo completarse o quedó inconcluso.

El uso ritual de Stonehenge desapareció hacia el año 1000 a.C. Cambios como el establecimiento de la estratificación social, la acumulación de riquezas por parte de una élite y el desarrollo de  guerras cada vez más frecuentes, violentas y prolongadas acabaron con la vida comunitaria que había promovido la construcción y los cultos de este conjunto megalítico. La tesis que presenta este monumento como templo druídico debe ser desechada, pues los primeros celtas no llegaron a Gran Bretaña hasta el 600 a. C. Con todo, entra dentro de lo posible que este monumento volviera a ser empleado como lugar de culto en algún momento de los mil quinientos años que median entre su abandono y el triunfo del cristianismo. Pero si esto ocurrió,  los rituales que se celebraron no han dejado ningún vestigio arqueológico.

La construcción transmite al observador contemporáneo una impresión de  fuerza, misterio y monumentalidad. La aparente tosquedad de su construcción y el empleo de piedras sin desbastar producen  una impresión de arcaísmo y antigüedad que acrecienta el carácter sagrado de este conjunto.

En cuanto al contexto histórico señalemos en la Europa Occidental y a mediados del quinto milenio antes de Cristo, se inicia la arquitectura llamada megalítica (término que procede de las palabras griegas mega (μεγας), grande y lithos (λιθος)). Su aparición coincide con el ocaso del Neolítico y la difusión de la metalurgia.

 La magnitud de estas obras implica una religión desarrollada y una estructura social compleja, ya que exige trabajo coordinado y una autoridad que regule la vida colectiva. Se supone que las sociedades que lo construyen fueron más o menos igualitarias; esto es, que aunque contasen con jefes y sacerdotes, no presentaban la férrea estratificación social de la mayor parte de las  civilizaciones de la Antigüedad. Se impuso una actividad económica que contaba ya con la especialización del trabajo; la producción, acumulación y comercio de excedentes y el establecimiento de  rutas de intercambio de bienes, algunas de ellas de larga distancia.

A las civilizaciones de esta etapa que presentan rasgos propios de la historia (dinastías, guerras...) pero que aún no cuentan con la escritura y la vida urbana son consideradas como protohistóricas, esto es, emplazadas en una fase de transición entre la prehistoria y el tiempo considerado como histórico.

Aunque podemos encontrar construcciones realizadas con grandes bloques de piedra por todo el mundo, en sentido estricto se considera megalitismo al fenómeno cultural focalizado en la Europa atlántica, iniciado en los finales del Neolítico, como queda dicho, y que perdura hasta la llegada de la Edad del Hierro (en torno al 1200 – 1000 a.C.).

El Megalitismo guarda vínculos con la arquitectura ciclópea de las Baleares, Córcega, Cerdeña, Malta y el Egeo, pero estas construcciones mediterráneas deben ser estudiadas en una dinámica cultural diferente. Por último, y contra lo que pudiera pensarse, la mayor parte de monumentos megalíticos son contemporáneos de las pirámides egipcias y  los primeros zigurats de Mesopotamia, o incluso posteriores.

El fenómeno megalítico se localiza, fundamentalmente, en el  litoral atlántico europeo, desde Escandinavia hasta el sur de la Península Ibérica.  Los valles fluviales, como el del Tajo, sirvieron para que esta cultura penetrara hasta el interior. Irlanda, Bretaña (Francia) y la Península Ibérica figuran como las áreas que presentan una mayor concentración de estos monumentos.

Su dispersión geográfica y su amplísimo desarrollo temporal señalan que estas obras fueron erigidas por pueblos diversos que mantendrían contactos comerciales entre sí, sin que se pueda hablar de una raza, civilización o espiritualidad que unifique este fenómeno. Hoy en día se interpreta el megalitismo como un fenómeno plural, poligenista, que surgió en diferentes sitios a la vez (o en distintas épocas) sin que necesariamente tuviera que existir entre ellos una relación directa.

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